El Suicidio, un problema de salud pública
Miércoles,10 septiembre 2025No existe una sola persona con plena capacidad cognitiva que elija morir. En España hay una media de casi 11 suicidios diarios, pese a una leve caída en el último año. Debido a la crisis que se está dando de salud mental juvenil, los casos de suicidio siguen aumentando. Vuelven a repuntar en 2024: 76 casos, 13 más que en 2023. También aumenta entre mujeres jóvenes de entre 20 y 24 años.

El suicidio es la segunda causa de muerte externa en España, después de las caídas accidentales, con una media de casi 11 suicidios diarios. En 2024 se registraron 3.846 suicidios, un 6,6% menos que en 2023. Esa es la cifra oficial, aunque se calcula que la cifra real ascendería a los 7.000 casos anuales (datos del INE y de los Institutos de Medicina Legal muestran diferencias anuales del 9% al 18,7% en el número de suicidios registrados). Esta disparidad en el número de muertes por suicidio crea una brecha relevante a la hora de planificar con eficacia la prevención desde la salud pública, tanto en la asignación de recursos como en el desarrollo de políticas, ya que los verdaderos motivos del problema permanecen ocultos. Los tabúes y el estigma en torno al suicidio impiden que muchas personas busquen ayuda, y los sistemas de salud a menudo no logran proporcionar un apoyo oportuno y adecuado. La tendencia a largo plazo sigue en aumento, con un incremento acumulado significativo desde principios de sigloMuy a menudo, el intento de suicidio no es un deseo real de morir, sino más bien un grito de auxilio en una situación de angustia o de depresión. Los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, y una de las tasas de suicidio más elevada se registra entre las personas mayores de 75 años por enfermedades crónicas, pero también por razones económicas, por soledad y aislamiento social, por la pérdida de seres queridos, y por falta de motivación vital. Esta vulnerabilidad es crucial para orientar las intervenciones desde la salud pública y ayudarles en su recta final. Por eso entre muchos psicólogos existe la convicción de que no existe una sola persona con plena capacidad cognitiva que elija morir. Hay estudios incluso (en Francia) que indican que gran parte de quienes sobreviven a un intento de suicidio sienten alivio o se alegran de seguir vivos.
Aunque es en los grupos de edad intermedia (adultos entre 30 y 59 años) donde se concentra el mayor volumen de casos. Los motivos que empujan a este colectivo son muy variados. Partimos de la base de que los trastornos mentales (como depresión, trastornos afectivos, ansiedad), aumentan el riesgo de suicidio. Pero hay factores económicos y sociales (desempleo, precariedad laboral, deudas, fracasos personales) junto con la presión social o el estrés asociado a responsabilidades laborales y problemas familiares y de conflicto emocional, que son precipitantes frecuentes. Durante la crisis económica, se observó un repunte de suicidio asociado a desahucios y situaciones financieras límites. Hay otro factor agravante como el consumo de sustancias adictivas como el alcohol o drogas, mayoritariamente en varones. Además, un factor de género, el modelo tradicional de “masculinidad” les impide a muchos buscar ayuda para no mostrarse vulnerables. En este colectivo, esa falta de búsqueda de ayuda psicológica impide la detección y el tratamiento en adultos.
En cuanto a la población en edad escolar y juvenil, los suicidios vuelven a repuntar en 2024 según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística. Se registraron 76 suicidios, 13 más que en 2023 con prevalencia de varones en la franja de edad entre los 15 y 19 años. Sin embargo, en el tramo entre 20 y 24 años, aumentaron los suicidios entre la población femenina.
En España, se observó un preocupante aumento del 32,35% en los suicidios entre adolescentes entre 2019 y 2021. Este incremento no se atribuye exclusivamente a la pandemia, sino que forma parte de un ciclo creciente de mortalidad por suicidio en España que se inició en 2018.
Lo cierto es que hay una crisis de salud mental juvenil: Un 41% de adolescentes españoles declara haber sufrido un problema de salud mental en los últimos 12 meses (ansiedad, depresión, autolesiones, soledad, acoso escolar, …). El 60% de jóvenes ha experimentado problemas psicológicos en el último año y casi la mitad ideaciones suicidas. Uno de cada cinco jóvenes padece ansiedad grave y más de la mitad tiene bajo estado de ánimo, con prevalencia de depresión y conductas autolesivas. Estos son algunos de los datos recogidos por el Observatorio de Salud Mental infanto-juvenil de la fundación Atalaya.
El 70% de los trastornos mentales aparecen en la infancia o adolescencia. Si no se tratan pronto, pueden afectar negativamente el desarrollo social y escolar e incrementar el riesgo de problemas graves en la edad adulta. Pero los recursos públicos en psiquiatría y en psicología son escasos: la ratio es de 6,5 psicólogos por 100.000 menores. En cuanto a la Atención Primaria (AP), únicamente 9 comunidades han incorporado psicólogos clínicos en centros de salud de AP que de cobertura a infancia y adolescencia. Esto provoca largas listas de espera -dificulta la atención temprana y agrava las patologías-, y posiblemente provoque un uso excesivo de tratamiento farmacológico en los niños para paliar la escasez de la imprescindible atención directa. Los médicos de AP, pediatras, psiquiatras y psicólogos proporcionan, previenen, reconocen el riesgo, detectan y tratan esta atención, pero por desgracia, volvemos al caballo de batalla de la carencia estructural del sistema de salud, tan desamparada.
Paralelamente, la escuela también debe desempeñar su papel en la prevención. En España, la reciente prohibición del uso de los teléfonos móviles por parte del alumnado en colegios e institutos será cada vez más común, aunque dependerá de las comunidades autónomas, que lo empezarán a hacer efectivo este próximo curso. Se pretende frenar problemas emocionales, psicológicos y conductuales por la adicción al móvil, y frenar el bullying y el ciberacoso, asociado a la depresión y a comportamientos suicidas.
El riesgo de suicidio también se da en individuos que padecen enfermedades físicas crónicas o discapacidades. Factores como la pérdida de movilidad, la desfiguración, el dolor crónico, la pérdida de estatus laboral y la alteración de las relaciones personales o la falta de recursos familiares para atender al enfermo contribuyen a este riesgo. Específicamente, los pacientes con ELA (se enfrentan a un riesgo de suicidio casi seis veces mayor que la población general, sobre todo el primer año), esclerosis múltiple (indican un estudios riesgo de suicidio en el 16,6% de los pacientes y un 8,3% de intentos), enfermedad de Huntington (6,5% de pacientes reportan al menos un intento suicida), Parkinson (un 10% desarrollan ideas suicidas) y algunas otras. Como ejemplo hemos vivido en la sociedad española la aprobación de la ley ELA que establece una serie de medidas para apoyar la enfermedad desde noviembre del 2024. Pero la falta de financiación y la lentitud en implementar las medidas han generado inquietud en enfermos y en su entorno familiar, por el altísimo coste que supone afrontar esta enfermedad. Y que muchas familias no pueden costearla, así que no es descabellado pensar que consideren ideas extremas.
La salud mental está en crisis en España. Y los recursos públicos, médicos y especialistas (psiquiatras y psicólogos) son insuficientes y desiguales. Hay medidas en marcha y programas para prevenir el suicidio y mejorar el bienestar (el recién estrenado Plan de Acción para la Prevención del Suicidio 2025-2027, que complementa la Estrategia de Salud Mental 2022-2026), pero el sistema requiere más inversión y más profesionales para dar respuesta al aumento de los trastornos mentales y la idea del suicidio en las poblaciones más vulnerables.
El suicidio siempre ha acompañado al ser humano. El primer suicida conocido fue Periandro, uno de los siete sabios griegos en el siglo VI a.C. Además de Cleopatra, Séneca, Hitler, ... . Y en muchos casos no fue debido a enfermedades mentales, en otros sí. Pero desde la entrada en la sociedad moderna, la tendencia sigue en aumento. La sociedad actual ha desplazado el foco de lo relacional y comunitario hacia lo material y lo inmediato. Se mide el valor personal por el éxito visible —dinero, imagen, productividad— y se desprecia la vulnerabilidad. Esto genera presión constante, miedo a fallar y sensación de que los problemas no tienen espacio legítimo para ser compartidos.
La falta de educación emocional y en valores deja a muchas personas sin herramientas para tolerar la frustración, aceptar límites o pedir ayuda. Además, la cultura de la felicidad instantánea y el “si no eres feliz, es culpa tuya” convierte el malestar normal en algo vergonzante, aislando a quiensufre.
El resultado: más soledad, más desesperanza y menos redes de apoyo reales, caldo de cultivo para el suicidio. La clave para detener esta subida imparable está en nuestras manos, no todo es medicina.