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María Isabel Rodríguez, la mujer pionera de la salud pública en El Salvador, cumple 100 años

Por Jorge Irazola Jiménez, ex-asesor de la ministra de Salud y ex-representante y coordinador de proyectos de medicusmundi en El Salvador

Era 2012 me encontraba, como hacía ya más de quince años, en El Salvador, donde había retornado tras la finalización de una larga etapa de trabajo en la cooperación internacional que, en el ámbito de la salud con medicusmundi, había iniciado en 1996. Se trataba de un retorno motivado por la necesidad de seguir impulsando los procesos transformadores que en El Salvador llevaban construyéndose tras la firma de los acuerdos de paz, que cerraron más de una década de guerra caracterizada por la represión y la organización estatal del terror a partir de los tristemente conocidos como escuadrones de la muerte. Llevaba pocos meses desde mi regreso cuando recibí una llamada inesperada del despacho del Ministerio de Salud de El Salvador: “La doctora Rodríguez quiere una reunión con usted”, me explicó sucintamente una voz que parecía conocer el efecto que estas palabras solían generar entre las personas que las oían.

La figura de María Isabel Rodríguez contaba ya en ese momento en el país con un halo de amplio reconocimiento, casi cercano a la mitomanía, que surgía de la mezcla de dos sentimientos de difícil combinación social: por una parte, del reconocimiento por su importante papel en la modernización de la Universidad Nacional de El Salvador desde sus funciones como rectora en el periodo 1999-2003 (con el impactante simbolismo de ser la primera mujer, y la única a la fecha, en asumir este cargo en los más de 150 años de historia de esta prestigiosa universidad pública salvadoreña) y, por otra, de la admiración y el cariño que nacía de la edad con la que estaba ejerciendo activamente sus funciones como ministra de Salud, para entonces con cerca de 90 años.

La reunión, que me fui enterando in situ era en realidad una entrevista para mi contratación como su asesor de cooperación, la recuerdo como agradable, sensación que luego comprendí, era habitual entre quienes eran recibidas en su despacho. Sin duda, la calidez y la empatía forman parte de su personalidad, lo que suele sorprender a quienes conocemos su amplio reconocimiento nacional (Hija Meritísima de la Ciudad de San Salvador y de El Salvador, Mujer valiosa para El Salvador en el Milenio, Hija Meritísima de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador, entre otros muchos) e internacional (Con cerca de una docena de Honoris Causa de universidades latinoamericanas y Heroína de la Salud Pública de las Américas por la Organización Panamericana de la Salud/OMS, donde por más de 10 años trabajó poniendo en marcha el programa de formación de recursos humanos, emblema de este organismo de Naciones Unidas de Salud Internacional). Esta disimulada impostura de relativizar su mito, que asume María Isabel, mientras nos cuenta como recomendaba a Fidel Castro dejar de fumar o sus habituales encuentros con Diego Rivera o Pablo O`Higgins en su etapa mexicana (tras salir del país a raíz de la toma militar de la Universidad nacional en 1972), hace irresistible su personalidad a quienes la conocen.

Pero este enamoramiento inmediato no debería llevarnos a bajar la guardia y olvidar que se trata esencialmente de una mujer que, además de ser médica, asume una pasión infinita por la ciencia.

“- ¿Qué desea tomar? -me preguntó-

- Un café, por favor.

- ¿Cree usted en los efectos del café en términos de inmediatez? -repreguntó con una cálida sonrisa”

De repente me encontré la mujer doctora, decana de la Facultad de Medicina (1967-1971) y con más de un centenar de artículos publicados; la científica en un mundo de hombres desde que, en 1949, se convirtió en la tercera mujer en El Salvador en graduarse en dicha carrera, en un camino donde la ruptura de las barreras (primera decana y primera rectora de la Universidad nacional) implicaban confrontar, con el contrapeso de la academia, la construcción de los estereotipos de género enquistados en cada currículum académico, cada servicio o cada formación en salud. Fue en esta secuencial ruptura de techos de cristal que fundamentan las inequidades de género, que en 2009 se convierte en la primera mujer ministra de Salud, formando parte del gabinete del primer gobierno del partido de izquierda del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), tras su reconversión de guerrilla a partido político a raíz de la firma de la paz en 1992. Su papel no era simbólico, si bien era evidente que su prestigio era un factor protector de la misión que tenía encargada: poner en marcha una reforma de salud en El Salvador, en una aventura que comandó como ministra hasta el final del primer gobierno del FMLN (2014) con el entusiasmo de quien es consciente del mayor reto histórico que en salud ha tenido este país centroamericano

La Reforma de Salud constituyó, primero en el año y medio en el que pude trabajar de la mano con Maria Isabel, y luego en el marco de mi experiencia con medicusmundi, no sólo un escenario afín al objetivo último de generar condiciones para que la salud sea plenamente considerada como un derecho, sino que al mismo tiempo me permitió ser partícipe de la que considero la mayor aventura de salud pública dada en la región de Centroamérica. La Reforma y sus logros rompieron con décadas de políticas neoliberales que habían desolado el sistema público salvadoreño de salud, normalizando las inequidades e inaccesibilidades como parte de un Estado fallido. Entre dichos logros, a destacar el incremento de prestaciones de servicios a la población a través de una apuesta por la extensión de servicios integrales de salud, pasando de 360 a más de 800 establecimientos, fin de las mal llamadas cuotas voluntarias que se constituían como una forma informal de pago de atenciones en el sistema públicos de salud, compra de medicamentos genéricos que permitieron ahorros y dotaciones de medicamentos esenciales en la de salud, reducción histórica de la mortalidad materna e infantil, que situó al país entre los 5 de Latinoamérica con los mejores datos para ambas tasas, diminución en un 42% de la desnutrición crónica infantil, control de los brotes de dengue, Chikungunya y Zika, constitución de un sistema único de información sanitario o la conformación de un espacio de participación social fundamentado en el Foro Nacional de Salud, como práctica de corresponsabilidad y contraloría social, único en la región.

Trascurrido el tiempo, y a falta de una necesaria sistematización de la experiencia salubrista, no me cabe duda de que no es explicable la Reforma de Salud sin el liderazgo de María Isabel Rodríguez y sin la protección, ante las continuas resistencias del propio sector salud y de las élites económicas del país, de su prestigio.

El 5 de noviembre de 2022 la Doctora, como la denomina una gran parte de la sociedad salvadoreña, cumplió 100 años. De esta forma, el mito sedimentará en la historia de El Salvador y de la salud pública emocionando a quienes, a lo largo de su transcurrir vital, hemos tenido la oportunidad de ser convocados en sus sueños y su compromiso para con la salud del pueblo salvadoreño.